Es verdad que las mujeres de hoy sienten el peso del mundo sobre sus hombros. Cada mañana nos recibe con una larga lista de cosas por hacer: despertar a los niños y prepararlos para que lleguen a tiempo a la la escuela, tener un momento de tranquilidad, hacer todos los quehaceres del día, pasar una hora en el gimnasio, preparar una comida deliciosa y sabrosa, y que el fregadero de la coina este reluciente antes de ir dormir. Y no olvidarse de verse elengante y sonriente en medio de todas las cosas. Por supuesto, estas cosas son todas buenas. El problema es cuando empezamos a sentir que neustro valor se mide por las cosas que tenemos por hacer. Y los mensajes que oímos en la iglesia, en Facebook, y de los medios solo perpetúan estas expectativas irreales y crea un ciclo implacable de cansancio.